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Cuando ayudar también duele: comprender el vínculo entre trauma y adicción

Trauma y adicción: cómo sanar desde la raíz

La adicción es, sin duda, uno de los desafíos más complejos en la práctica clínica y en los procesos de acompañamiento emocional.

Lejos de ser simplemente una “falta de fuerza de voluntad”, muchas veces es una respuesta adaptativa a un dolor emocional profundo y silenciado.

Detrás de cada conducta compulsiva, suele haber una historia que nadie contó, una emoción que no encontró espacio para ser sentida o una necesidad emocional que nadie atendió.

Quienes han atravesado esta experiencia —ya sea desde lo personal o acompañando a un ser querido— suelen coincidir en que, más allá del síntoma visible, lo que encontramos es una estructura psíquica marcada por la desconexión, la soledad emocional o la vivencia de impotencia frente a eventos dolorosos.

Carl Jung lo resumió de forma precisa: “Lo que no se hace consciente se manifiesta en la vida como destino.”

En el caso de la adicción, esto se traduce en la repetición de patrones que buscan desesperadamente una forma de aliviar o integrar aquello que no pudo ser sentido ni simbolizado.

 

La adicción como un grito de la sombra

Cuando hablamos de adicción —ya sea a sustancias, vínculos, conductas, o incluso a estados emocionales— es importante correr el foco del síntoma y dirigirlo hacia lo que hay debajo: una parte de la psique que busca ser reconocida.

Desde una perspectiva clínica, muchas de estas compulsiones tienen su origen en traumas tempranos, particularmente en experiencias de amor no correspondido, invalidación emocional o vivencias reiteradas de desamparo.

Desde ahí, la conducta adictiva no es solo una forma de “escapar”, sino un intento inconsciente de restablecer un equilibrio emocional que en algún momento se perdió.

 

Amor y poder: dos ejes arquetípicos que suelen desorganizarse

Desde la mirada junguiana y la psicología arquetipal, podemos pensar que el amor (lo receptivo, lo vincular, lo femenino) y el poder (la afirmación, la autonomía, lo masculino) son dos pilares fundamentales para la psique.

Cuando una de estas energías está herida, puede aparecer la compulsión como forma de compensar esa fractura interna.

Algunos ejemplos clínicos frecuentes:

🔹 Trabajo compulsivo:
Una persona que se sobreexige laboralmente quizás no está simplemente buscando logros o validación externa. En muchos casos, hay detrás una herida narcisista vinculada a la pérdida del sentido de poder personal en etapas tempranas.

El esfuerzo extremo actúa como una manera de recuperar una sensación de control, aunque eso implique un alto costo para su salud emocional y física.

🔹 Relaciones fugaces o uso compulsivo de redes:
Cuando el deseo de conexión se traduce en una búsqueda constante de atención o validación, lo que a menudo se esconde es el miedo al abandono o la sensación de no ser suficiente.

Cada “match” o “like” parece calmar momentáneamente el vacío, pero no logra tocar la necesidad más profunda de sentirse genuinamente visto y querido.

🔹 Vínculo ambivalente con la comida:
Los trastornos alimentarios suelen estar muy ligados a la relación con el afecto.

Para muchas personas, la comida se convierte en un sustituto de contención emocional. Comer compulsivamente, restringirse o centrarse en el cuerpo a menudo representa un intento desesperado del yo por poner palabras —a través del cuerpo— a un afecto que no logró canalizarse de otro modo.

Estos movimientos, aunque distintos entre sí, responden a la misma lógica interna: el intento de sanar una herida a través del síntoma.

La necesidad de amar y ser amados, y la necesidad de sentirnos con poder sobre nuestra vida, no se excluyen. Ambas habitan en el corazón de la compulsión.

 

Acompañar sin perderse: el límite como cuidado y respeto

Una de las preguntas más frecuentes que escuchamos en consulta cuando alguien convive con una persona en situación de adicción es:

¿Cómo puedo estar presente sin desdibujarme o anularme en el intento?

La respuesta, aunque a veces dolorosa, es clara: acompañar implica también aprender a poner límites. No desde el castigo ni desde el control, sino desde el cuidado.

El límite no es una forma de rechazo, sino una forma de proteger el vínculo y a uno mismo.

Mantener nuestra propia integridad psíquica es una parte esencial del acompañamiento. Desde ese lugar, podemos preguntarnos:

— ¿Estoy ayudando desde el amor o desde el miedo?

— ¿Estoy esperando que el otro cambie para no tener que revisar mi propio malestar?

Estas preguntas, lejos de ser cómodas, nos invitan a revisar también nuestras propias heridas y patrones vinculares.

 

Sanar desde la raíz: más allá del síntoma

El verdadero proceso terapéutico no se limita al cese del comportamiento compulsivo. Esa es apenas la punta del iceberg. El cambio profundo ocurre cuando comenzamos a preguntarnos:

— ¿Qué intento compensar o evitar con esta conducta?

— ¿Qué parte de mí está gritando por atención?

— ¿Qué aprendí a negar o rechazar de mí para poder sobrevivir emocionalmente?

Desde la psicología profunda, entendemos que la sombra —todo aquello que todo aquello que reprimimos, negamos o no reconocemos — necesita ser mirada con compasión para poder integrarse.

En ese momento, dejamos de actuar desde el impulso y comenzamos a vivir desde una mayor libertad interna.

 

El regreso al hogar interior

Ya sea que estemos transitando una adicción o acompañando a alguien que lo hace, el proceso de sanación implica una vuelta a casa: volver a ese lugar interno donde podamos sentirnos seguros, plenos y auténticos.

No siempre los vínculos sobrevivirán a este camino. Y no siempre es posible acompañar sin dolor. Pero cuando logramos habitar nuestro propio centro, dejamos de depender del comportamiento del otro para sentirnos en paz.

Como terapeutas y acompañantes, es fundamental recordar:
“No necesito que el otro cambie para yo recuperar mi valor. Mi valor no depende del dolor ajeno ni de mi capacidad de sostenerlo.”

Este camino no es lineal. Requiere presencia, trabajo interno, y una profunda honestidad emocional. Pero cuando comenzamos a mirarnos sin juicio, desde el amor y la responsabilidad, ahí sí: toda transformación se vuelve posible.

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Natalia Valencia

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